Cuando a Virginia Woolf, se le encomienda
realizar un ensayo sobre las mujeres y la novela, ella escribe Un cuarto propio.
Virginia dice que cuando le
pidieron que hablara sobre las mujeres y la novela, se sentó en la orilla de un
río, y se puso a pensar sobre el significado de esas palabras. Porque el tema
de las mujeres y la novela puede tener distintas significaciones según los
contextos en el que se interprete esta relación.
Lo cierto, es que hay una, y
evidentemente es la que más importa a Virginia: " para escribir una mujer debe
tener dinero y un cuarto propio".
Virginia Woolf, leerá esta conferencia ante un
auditorio de intelectuales en Oxbridge.
Ya dijimos que primeramente
expone las posibles trabas con las que se encontró en el momento de pensar el
tema del ensayo.
Y allí estaba la escritora frente al río,
" En la ribera opuesta, lloraban
los sauces en perpetua lamentación, la cabellera desatada sobre los
hombros", y su pequeño pensamiento hundido en la corriente, como un
pez, como obras de instantes que se esfuman.
Imaginemos el patio de aquella universidad en
la que se encontraba Virginia Woolf al meditar su ponencia sobre las mujeres y
la novela, doblando su cabeza hacia el río, sobre un césped durante 300 años
alisados.
Una mañana hermosa de
Octubre, cuando el espíritu de paz
rondaba los patios y atrios de Oxbridge, a Virginia Woolf se le impide el ingreso a la biblioteca de la
Universidad, pues su entrada sólo estaba permitida a señoras acompañadas de un
profesor del Colegio o provistas de una carta de presentación. Indignada bajó
las escaleras, maldiciendo.
Entonces, pasó por la puerta
de la capilla, y oyó el lamento del piano cristiano: " En ese aire sereno la pena
del Cristianismo era más el recuerdo de una pena que una pena presente, y hasta
el rezongo de aquel órgano antiguo estaba saturado de paz". Reprimió su ingreso a la capilla por
miedo a que le pidan bautismo, comunión o algún otro requisito similar al de la
biblioteca.
Los que entraban, cual
"abejas en la boca de la colmena" vestían estolas de pieles, algunos eran paralíticos y otros
le recordaban a Virginia " cangrejos gigantes que se arrastraban
penosamente sobre la arena de un acuario" . Entonces se recuesta sobre el muro de la Universidad, similar al
santuario, donde, "se conservan especies
raras que se extinguirían muy pronto si tuvieran que luchar por su vida en el
asfalto del Strand".
Aquí hago una pausa. Miro nuestro presente.
Nuestra situación en la Argentina del siglo XXI.
Busco en las universidades públicas esas
construcciones increíbles producto de tierras que fueron cedidas y pagadas con
diezmos.
Busco en nuestras raíces, la
época de la razón en la que las universidades se dotaron de becas, en la que se
fundaron cátedras, a merced de la industrialización; mientras recorro el patio
de la facultad de Humanidades y Artes en Rosario.
Miro el cielo, focalizo mi
visión en Marte, el planeta que en estos días anda próximo a la tierra, y no me
queda más remedio que animarme tímidamente a esbozar una tenue e irónica
sonrisa, que se estampa en las columnas de lo que fue antes un convento y ahora
es una universidad.
Recorro las instalaciones de
la facultad de psicología, antes, un criadero de pollos, y pienso ¡ cuán lejos
estamos genéticamente de alcanzar la altura y el nivel del pensamiento
filosófico Europeo!, ¿ es necesario acaso, pretender tal destino?.
Retomando el tema del ensayo de Virginia, habíamos
dejado pendiente la relación entre el dinero, el cuarto propio y la mujer que
escribe novelas.
Si para una mujer es difícil
escribir novelas, si para Virginia Woolf, es difícil subsistir siendo
escritora, ¿ qué nos queda a nosotras?, átomos de una cadena eterna que
pretende no degenerar en ceniza sin emitir al menos un pensamiento.
¿ Qué nos queda a nosotras,
filósofas, que existimos cien años después que Virginia Woolf y somos la
afirmación de su pensamiento?: " En cien años, las mujeres ya no serán
el sexo protegido. Participarán en todas las actividades y esfuerzos que les
están vedados ahora. La niña hombreará carbón. La tendera conducirá una
locomotora".
Sin embargo su pensamiento
desconocía que en cien años ya no habría carbón, sino estufas eléctricas o a
gas natural, y que los trenes tendrían choferes computarizados o que algunas
mujeres serían telemarketers.
El progreso, el devenir, las
estructuras, las herencias, nuestra formación inevitable, nuestro crítico
infinito, los eslabones de la cadena que eternamente nos mantiene vivos,
esperanzados en obtener el permiso para la palabra, al menos para la opinión,
creemos que sólo los lectores del futuro serán capaces de juzgarnos. Es en ese
juicio eterno donde constantemente nos repetimos.