Coordinar este trabajo de cátedra a modo de mesa de ponencias en comisión, dentro del
marco de XXI Jornadas de Cátedra y Carreras de Educación Especial de las
Universidades Nacionales (RUEDES) y XV Jornadas Nacionales de la Red de
Estudiantes de Cátedras y Carreras de Educación Especial (RECCEE); implica a su
vez, que mi ponencia gire en torno no solamente a las concepciones de
normalidad y anormalidad ; sino también a tres conceptos filosóficos que,
articulados con la práctica docente, logran poner en tensión la construcción
histórica de las relaciones entre “lo común” y lo “especial”, estos son los
conceptos de amor, cuerpo y voluntad.
Para comenzar podemos
pensar, tal como lo hace Canguilhem; que sin los conceptos de normal y
patológico, el pensamiento y la actividad del médico son incomprensibles. Bajo
la pregunta de si lo patológico es un concepto idéntico al normal o si es lo
contrario de lo normal, resulta que en verdad ambas concepciones están siempre
atadas, ya que el término “normal” es confuso.
En sus Recherches sur la vie et la
Mort, Bichat, habla de la inestabilidad de las fuerzas vitales, de la
irregularidad de los fenómenos vitales, de la uniformidad de los fenómenos
físicos, del carácter distintivo de remarcar que no hay astronomía, dinámica,
hidráulica patológica, puesto que las propiedades físicas no se separan
jamás de su " tipo natural" , ni tienen
necesidad de ser devueltas.
En la Introduction a¨l¨Etude de
la Médecine expérminetale - y también en los Principes de Médecine
experimentale, Claude Bernard ha desplegando energía para afirmar legalidad de
los fenómenos vitales para refutar el vitalismo de Bichat, considerado como un
indeterminismo.
Del mismo modo que en la guerra y en la
política no hay una victoria definitiva, sino una superioridad o un equilibrio
relativos y precarios; en el orden de la vida, no hay resultados que
radicalmente desvaloricen otros ensayos haciéndolos parecer faltos de algo.
Todos los resultados están amenazados dada la finitud del hombre y de la
especie; por lo tanto, hablar de éxitos, sería una mirada siempre comparativa
entre el presente y el pasado, ya que es el futuro de las formas quien decide
su valor.
¿ Cómo
comenzar marcando diferencias entre la educación común y la especial?. Un
buen comienzo sería fijar lo que se entiende por el concepto “ normal”. En este
punto entonces, Canguilhem, afirma que el término " normal" no tiene
ningún sentido propiamente absoluto o esencial y que es por la interferencia de
las fluctuaciones genéticas y de las oscilaciones de la cantidad y de la cualidad
de las condiciones de existencia o de su distribución geográfica, como podemos
elegir lo que lo normal quiere decir; a veces el carácter medio en el que la
variación es más rara que sensible, y otras, el carácter en el que la
reproducción, o sea el mantenimiento y la multiplicación, revelará la
importancia y el valor vitales.
La actividad
humana, el trabajo y la cultura tienen por efecto inmediato alterar
constantemente el medio de vida de los hombres.
Debido a que el
hombre es capaz de existencia, resistencia, actividad técnica y cultural en
todos los medios, el problema cambia cuando se pasa de la anomalía morfológica
a la enfermedad funcional.
Autores como
Laugier, Sigerist y Goldstein piensan que uno puede determinar lo normal por
referencia del individuo en si mismo y en situaciones idénticas o en
situaciones variadas.
Desde el punto
de vista de Goldstein uno verá la enfermedad en el comportamiento catastrófico,
desde el punto de vista de Leriche uno la verá en la producción de anomalía
histológica debido al desorden
fisiológico.
Individualizar
la norma y lo normal nos hace creer posible abolir las fronteras entro lo
normal y lo patológico.
La enfermedad,
el estado patológico, no son una pérdida
pero sí un giro de la vida, regulada por normas vitales inferiores o
despreciadas por el hecho de que ellas prohíben al viviente la participación
activa fácil, generatriz de confianza y de seguridad, por un género de vida que
anteriormente era el suyo y que es permitido a los demás.
La depreciación
vital de la enfermedad, es un signo objetivo de esta universal reacción
subjetiva, y además demuestra la coexistencia de la humanidad en el espacio y
en el tiempo, de una medicina más o menos técnica, más o menos sabia, de la
curación de las enfermedades.
Leriche define a
la salud como " la vida en el
silencio de los órganos", pues no es suficiente definir la enfermedad
como esto que estorba a los hombres en sus ocupaciones.
Bajo el nombre
de normal, el psicólogo o psiquiatra han visto una cierta forma de adaptación a
lo real o a la vida, que no obstante, no tiene nada de un absoluto, salvo, para
quienes nunca han supuesto la relatividad de los valores técnicos, económicos,
culturales.
Según Canguilhem, la norma en materia de
enfermedad dentro del psiquismo humano es la reivindicación y el uso de
libertad como poder de revisión y de disminución de las normas, reivindicación
que normalmente implica el riesgo de la locura.
Citando a Thomas
Mann: " No es tan fácil decidir
cuándo empieza la locura y le enfermedad. El hombre de la calle es el último en
poder decidir sobre eso”; a partir de Nietzsche, a la filosofía le aguarda
la doble tarea de imaginar espacios ficcionales, cuya herramienta: la crítica:
nos permite abordar al ámbito educativo también como ficción interpretativa,
que sirve como estimulante para la vida, ya que expresa el conflicto entre educación, arte y
conocimiento; esta ficción, que otorga al filósofo artista la posibilidad de
crear sentidos, de forjar unidades múltiples, de generar acciones sobre el caos
deviniente, aún sabiendo que esas ficciones no corresponden con una realidad
última, pero son necesarias para la vida.
Como docentes
, tenemos un desafío en la actualidad; éste es superar barreras históricamente
construidas y naturalizadas; iinterrogándonos
sobre nuestro propio tiempo; con una
pregunta que forme ella misma parte del tiempo, y que sea también una ruptura; Freud dice, que todas las
preguntas que hacen los niños les sirven de sustituto de lo que no hacen. Esta
es una pregunta por el origen.
Sobre el cuerpo dolido de occidente
reflexionaron, con metodologías distintas, tanto Nietzsche como Foucault, el uno
a partir de sus propias intuiciones, hundimiento y una aguda mirada
psicologista sobre el hombre como especie heterogénea, el otro, desde la
sublevación de los saberes sometidos, el saber erudito de los archivos
polvorientos y en los saberes populares, el saber de la gente misma;
ambos, sometidos por la ciencia.
Foucault encuentra en Nietzsche un
tipo de discurso que hace el análisis histórico de la formación misma del
sujeto que no admite la pre –existencia de un sujeto de conocimiento; en este
sentido, el filósofo francés se enfila dentro de la tradición que deconstruye
la unidad del sujeto cartesiano que se anclaba en la continuidad entre el deseo
y el conocer, el instinto y el saber, el deseo y la verdad.
En este planteo del conocimiento en su
vertiente más política, Foucault se preguntará entonces, ¿por qué es necesario
un saber sobre la sexualidad, la locura
o el sujeto criminal y no, qué hay de verdad o de falsedad en esos discursos?
Apartándose de la antinomia entre la verdad y falsedad, Foucault cuestiona
sobre los efectos que tiene la verdad.
Partiendo de la crítica nietzscheana[1] a la sustitución del filósofo por el mero profesor, o, si se
prefiere, la crítica del filósofo - funcionario, del seudofilòsofo que ignora
que educar es liberar, se inscribe una crítica ideológica, en la que el
filósofo y el artista han sido sustituidos como agentes de la cultura, por el
funcionario, el erudito, y el sabio académico; dando lugar a una cultura, en la
que lo más noble, es utilizado como medio para le generación de lo mediocre y
lo vulgar, y en la que el arte, el mito y el pensamiento libre, mueren
aplastados por las exigencias de las sociedades de control, de las que nos
hablará Deleuze.
Es con la utopía de una educación
integradora; que no se separa del movimiento infinito, designando
etimológicamente la desterritorialización absoluta, siempre en el punto crítico en el que ésta se
conecta con el medio relativo presente, cuando
la filosofía se vuelve política.
¿Propone la actual problemática de las relaciones entre educación común y especial
una despedidas sin olvidos a las utopías pedagógicas que van a ser
suplantadas por estos nuevos sueños pedagógicos?
Parafraseando a Eugenio Barba,[2] la utopía es el salto a
“otro lugar” cuando el mundo en que vivimos nos enseña su cara repelente. Una
educación integradora será aquella que enseñé en la disidencia; o sea; en la
capacidad de vivir un tiempo dentro de otro tiempo, la práctica de una
ubicuidad que nos permite vivir simultáneamente en el tiempo-prisión y en una
isla de libertad; esa decisión, como dice Barba, “ es la que nos permite estar en el agua de la Gran Historia sin
dejarnos arrastrar por sus corrientes”
Paulo Freire dice “Necesitamos la esperanza crítica como el
pez necesita el agua incontaminada[3]”;
la esperanza necesita de la práctica para volverse historia concreta.
Freire, muere en
una época de certidumbres educativas
revolucionarias en la que la insatisfacción por este mundo es el primer
paso para alcanzar la utopía del mundo verdadero.
Tomando la línea argumentativa de Derrida; Dussel y Carusso[4],
definen a la educación como la enseñanza de las diferencias; aludiendo a
que "
la significación se forma en el hueco de la diferencia"; y sostienen
que la política es el arte de la marcación de diferencias en un terreno de
lucha y que una forma de esa lucha es la educación; educar es también una forma
de establecer vínculos de poder, allí donde "... la ficción se presenta justamente como estructura de la verdad..."
¿Qué programa pedagógico sería capaz de
incluír a todos? si la educación es
tanto posibilidad para el futuro,
como cuestión del presente; entonces es
necesario desestimar aquella educación para un puesto o plaza social, que ha
dejado de lado la educación de las capacidades inherentes al individuo; para
comenzar a educar para la libertad.
Y es aquí donde nos es lícito hablar de
arte; porque la experiencia del arte, como experiencia
vital suprema, alcanza el modelo
referencial desde el que se juzgan todas las cosas, y, al mismo tiempo, es el
mejor exponente de esa pasión por la vida que
Nietzsche sintió hasta extremos inimaginables.
Nietzsche
nos alienta a transitar estéticamente la existencia, y es aquí cuando el arte
se transforma en la expresión suprema del querer creador y del sujeto
autárquico; el resultado de toda
creación es una entidad concreta como manifestación de una potencia productiva.
El amor como fuerza, es la productividad pensada como poder, que persiste en
una serie de obras, ya que si el arte es la forma mas clara en que se
manifiesta la voluntad de poder, entonces es el querer lo que determina el
origen de esa voluntad.
Si bien no hay
arte hasta que el individuo no tome conciencia de la posibilidad de desbordar
su propia plenitud, haciendo partícipes a los demás de su propio poder; una
educación integradora sería aquella que apunte a alentar el poder creador de
cada individuo; y esta tarea, nos
propone una lectura política de la
realidad contemporánea, de la función de la educación, desde diversos
presupuestos ideológicos y filosóficos actuaes.
En
la actualidad, Derrida define a la educación como el acto de diferenciación en el comienzo de
toda escritura; enmarcando una primera escena educativa, en la que el ser
humano establece la diferencia entre su especie y la naturaleza; Derrida
propone que los orígenes de la educación están en la transmisión simbólica (no
genética) de las formas de establecer tanto las diferencias como las
vinculaciones permitidas y prohibidas.
Hoy
es posible interpretar al sujeto como
construcción explicativa de la constitución de redes de experiencia en los
individuos y en los grupos. Y a la experiencia como el producto de las
relaciones entre el sujeto y el mundo.
La
sociedad contemporánea nos demanda sujetos que no se congelen, con capacidad de
conocer, y de conocer contra lo conocido, con la capacidad de resolver
problemas, de hacerse nuevas preguntas.
Los sistemas han
conseguido reprimir el interés, someter al sujeto a una extasiadora
purificación de orden superior a la acción.
El idealismo del
educador actual, que sostiene con su práctica una educación integradora, se define por una detención del pensamiento,
por una negativa a desarrollar determinados temas que ya están presentes.
Podemos citar como ejemplo el análisis que Vera Waksman y
Walter Kohan, relizan en el libro
Filosofía con niños.
Aportes para el trabajo en clase; allí,
al analizar el programa Filosofía para niños de Lipman y el método de Paulo
Freire, dicen que Paulo Freire utiliza
prolíficamente, términos como “lucha de clases”, “contradicción”, “rebeldía”,
“ruptura”, “resistencia” porque los fines son otros; y en cuanto el programa de filosofía de Lipman
es reformista —procura mejorar las instituciones democráticas existentes—, pero
la práctica alfabetizadora de Paulo Freire tiene pretensiones revolucionarias
porque está basada en la práctica de la libertad, y estas diferencias
ideológicas son las que, en la actualidad, son posibles de visualizar desde el ojo crítico del tiempo en el que
los cambios, están siendo plasmados.